Noches de susurros y estelas meciendo mi cuerpo abanicando mis pensamientos buscando... y ella llego a su cama y se estremecía al contacto insinuado de las sábanas de algodón egipcio que, en la espuma blanca de los ruidos de la noche de la llegada de la primavera, la acariciaban dibujando sus contornos.
Entre las figuras que lo envolvían todo con las finísimas líneas que atravesaban la habitación desde la persiana de la ventana hacia la pared del otro extremo, el insomnio estrangulaba las horas en un continuo devenir de pensamientos enredados.
A ratos la consciencia parecía apiadarse de sus párpados de hormigón en el esquivo inicio de trémulos sueños que, en forma de imágenes desenfocadas y vivencias estremecedoras, dilataban sus pupilas recogiendo los restos lechosos de la luz del maravilloso día del Domingo que paso.
Sobre todas ellas el sobrecogedor goteo de los cristales rotos manchados por la sangre de sus labios.
La noche la devoraba en medio de jadeos entrecortados de origen conocido, amado, temido.
Su desnudez se mostraba incapaz de protegerla de los arañazos inflingidos sin descanso segundo tras segundo en un constante repiqueteo en el más profundo punto dentro de sus sienes.
Fotografías, cuadernos, hojas rasgadas, versos.
La pestaña del recuerdo se clava con desidia en los ojos turbios que, anhelando el descanso, se posan en puntos inciertos de toda la estancia.
Renuncia finalmente al abandono de sus pensamientos y se deja arrastrar por la vorágine de palabras amontonadas en rincones apenas iluminados por la luz de una vivencia intangible.
Se desconcha inútilmente en distancias recorridas en apenas metro y medio de cama y susurra su nombre en medio de la nada, que queda atrapada entre la madrugada y el amanecer del lunes de madrugada.
Y otro día más, como viene sucediendo de un tiempo a esta parte, se despierta con la piel erizada sin haber llegado a soñar que dormía.
Feliz noche y feliz semana... Bichitos *
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