martes, 27 de julio de 2010
El Drago *
Había una vez dentro de una casa,en el patio interior de ella, un Drago enorme y hermoso que generosamente vivía regalando a todos los que se acercaban el frescor de su sombra,tenía ya más de cincuenta años, el aroma de sus flores y el increíble canto de los pájaros que anidaban entre sus ramas.
El Drago era querido por todos en la casa, pero especialmente cuando en la casa habitaban aún los niños, que se trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su complicidad complaciente.
Para los antiguos aborígenes, este árbol tenía propiedades mágicas.
En la Antigua Roma y en la Edad Media también era considerado un árbol mágico.
Su savia, que se transforma en roja en contacto con el aire ("sangre de drago"), se comercializaba debido a sus propiedades medicinales y a su uso en tintes y barnices. De su madera se hacían rodelas.
El Drago,no es un árbol, es una hierba gigantesca que desafía el tiempo, cuya sangre es roja como la de los hombres y que marca el lugar donde vienen las lluvias.
El Drago árbol-hierba mística y vigilante de las islas, del lugar en medio de los mares que se escapa al control mental, temporal y vacío del mundo de la tecnobarbarie y que se apresta a formar parte de barnices de Stradivarius, de sangres derramadas y de historias de principes y princesas guanches.
Si bien el Drago que vivia en el patio de la casa, amaba a la gente y habia una niña que era su preferida.
Ésta aparecía siempre al atardecer, cuando sus tres hermanos se iban.
- Hola amiguita- decía el Drago, y con gran esfuerzo bajaba sus ramas al suelo para ayudar a la niña a trepar, permitiéndole además cortar algunos de sus brotes verdes para hacerse una corona de hojas aunque el desgarro le doliera un poco y soltara su sangre roja.
La chica se balanceaba con ganas y le contaba al Drago las cosas que le pasaban en la casa.
Casi de un dia para otro,la niña se volvió adolescente y dejó de visitar al Drago.
Paso el tiempo y de repente una tarde el Drago la vio llegar a la casa de nuevo y la llamo con entusiasmo:
- Amiga… amiga… Ven, acercate… Cuánto hace que no vienes… Trepa y charlemos.
- No tengo tiempo para esas estupideces- dijo el muchacha.
- Pero… disfrutábamos tanto juntos cuando eras pequeña…
- Antes no sabía que se necesitaba dinero para vivir, ahora busco dinero.
¿Tienes dinero para darme?
El Drago se entristeció un poco, pero se repuso enseguida.
- No tengo dinero, pero tengo mis ramas llenas de semillas. Podrias subir y llevarte algunas, venderlas y obtener el dinero que quieres con los nuevos Dragitos...
- Buena idea- dijo la muchacha, y subió por la rama que el Drago le tendió para que trepara como cuando era chinija.
Luego arrancó todos las semillas del Drago, incluidos los que todavía no estaban para recojer.
Llenó con ellos unas bolsas y se fue al invernadero.
El Drago se sorprendió de que su amiga no le dijera ni gracias, pero dedujo que tendría urgencia por llegar antes de que cerraran los compradores.
Pasaron casi diez años hasta que el árbol vio otra vez a su amiga.
Era un adulta ahora.
- Qué grande estás- le dijo emocionado-; ven, sube como cuando eras chinija, cuentame de ti.
- No entiendes nada, como para trepar estoy yo… Lo que necesito es una casa.
¿Podrías acaso darme una?
El Drago pensó unos minutos.
- No, pero mis ramas son fuertes y elásticas.
Podrías hacer una casa muy resistente con ellas.
La joven salió con la cara iluminada.
Una hora más tarde llegó con una sierra y empezó a cortar ramas, tanto secas como verdes.
El Drago sintió el dolor, pero no se quejó.
No quería que su amiga se sintiera culpable.
Una por una, todas las ramas cayeron dejando el tronco pelado.
El Drago guardó silencio hasta que terminó la poda y después vio a la joven alejarse esperando inútilmente una mirada o gesto de gratitud que nunca sucedió.
Con el tronco desnudo, el Drago se fue secando.
Era demasiado viejo para hacer crecer nuevamente ramas y hojas que lo alimentaran.
Quizás por eso, cuando diez años después la vio venir, solamente dijo:
- Hola. ¿Qué necesitás esta vez?
- Quiero viajar. Pero ¿qué puedes tu hacer? No tienes ramas ni semillas para vender.
- Qué importa, hija –dijo el Drago-, puedes cortar mí tronco, total yo no lo uso. Con él podrás construir una canoa para recorrer el mundo.
- Buena idea- dijo la mujer.
Horas después volvió con un hacha y taló el Drago. Hizo su canoa y se fue.
Del viejo Drago quedo sólo el pequeño tronco a ras del suelo.
Dicen que el árbol aún espera el regreso de su amiga para que le cuente de su viaje.
Nunca se dio cuenta de que ya no volveria.
La niña ha crecido, pero tristemente se ha vuelto una mujer de esas que nunca vuelven a donde no hay nada para tomar.
El Drago espera, vacío, aunque sabe que no tiene nada más para dar.
Hoy llego un nuevo Drago a mi casa, y les aseguro que le va a pasar todo lo contrario que que al Otro Drago.
Lo cuidaré como unos de los mejores regalos que he tenido en mi vida.
Se pongan como se pongan los pequeños seres humanos, podemos hacer muchísimo y les recuerdo que la hierba crece de noche y quizas esta noche esta creciendo un Nuevo Drago en mi vida, quien sabe.
Buenas noches bichitos que descansen *
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