Mi cuarto, una pequeña habitación amueblada con una cama, mesitas y armario, es el lugar más acogedor que he conocido.
Situado al fondo de la casa, con una ventana a un patio interior y, aunque sea de día, si cierras la puerta y la ventana te sumes en la oscuridad más absoluta. Casi siempre está abierta.
Al levantar las sábanas, el movimiento de aire hace que respire la suavidad del sentir en ellas, mientras se elevan lentamente.
En el Salón tengo una estantería repleta de libros, el polvo, testimonio y evidencia del paso del tiempo, se acumula en cada tomo, atestiguando su presencia en el lugar desde tiempos remotos y que tengo que limpiar. Aún así, creo que todo parece ordenado, dispuesto para que lo buscado, si existe, y está allí, sea siempre encontrado.
Recorro entre ecos la estantería, admirando la intangible sabiduría contenida, que sólo podría ser adquirida en infinitas vidas de quienes las escribió.
De vez en cuando intuyo murmullos, susurros que se escapan de las páginas cerradas, aprisionadas en las estanterías. Pero los libros escuchan, callados.
Sólo hablan en silencio.
Guiado por mis pasos, acompañado por sombras que parecen nunca abandonarme, llego a otro cuarto, en cuyo centro se encuentra dispuesta una mesa de madera tallada.
En sus costados, frases labradas en un idioma extinguido quieren decir algo.
Sobre ella, multitud de hojas desparramadas alrededor de una vela encendida contrastan con el orden dispuesto. Y aquí y allá, pequeñas llaves que abren tesoros recónditos.
Ojeo algunos de los papeles, muchos escritos en lenguas desconocidas. Los que entiendo hablan de cosas pasadas y futuras, de verdades y mentiras, de realidades y fantasías que alguien un día escribió.
A un lado, un montón de folios vacíos esperan pacientes, sin decir nada. Junto a ellos, en un tintero lleno de recuerdos, una pluma reseca rebusca restos de miserias.
La cojo, y cierro los ojos.
Esta Noche me pierdo en busca de palabras perdidas, selladas con llaves de olvido en la prisión perpetua del silencio.
Al volver a abrirlos, una hoja en blanco me escupe verdades, realidades imposibles de plasmar con palabras.
Unas lágrimas caídas son absorbidas por el papel, que las agranda extendiéndolas por sus fibras, como si no fuesen suficientemente valoradas.
Y en ellas queda expresado todo cuanto no se puede transmitir con palabras.
Con palabras perdidas y derramadas ...
Buenas noches, me dispongo a acostarme
zzzzzzz... Silencio, me vigilan *
http://www.youtube.com/watch?v=JYMDXO-cJoQ
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