La Música de Sergio

jueves, 30 de septiembre de 2010

De qué están hechas las personas *



Cerré la puerta.


No podía soportar un segundo más aquella mirada.


La última hoja caía en los árboles de la plaza que esta frente mi casa al lado de la iglesia del pilar, como siguiendo el natural devenir de un relato ambientado en el otoño.


El espejo de la tienda de al lado de mi casa sigue ahí, enfrente, haciendo depuente entre yo, y mí mismo, mostrándome tal y como soy.


Subí apresuradamente los peldaños que conducen a la puerta de mi casa, y cruce el pasillo y el salón para llegar a mí habitación, buscando refugio a una tormenta que hacía renacer colmados sentimientos apenas encauzados, como el barranco de santos a punto de desbordarse.


Mi felicidad es casi siempre aparente, igual que lo que intento transmitir al exterior, un corazón helado, que no es tal.


Más bien todo lo contrario.


Inevitable realizar comparaciones entre mi vida, y el resto de vidas. Algunas deseadas, otras envidiadas. Tomar una como ideal es una elección difícil.


Quizá por ello, siempre me quedo con la misma, mi vida, aún pensado que puedo mejorarla muchisimo, tal vez irracional, hacia ella.


Demasiadas son las veces en las que aún sin comprender, entiendo. Casi tantas como las que no lo hacía. A menudo lo absurdo de un hecho es mi explicación más lógica.


Me tumbe en la cama, y cierro los ojos, llorosos.


Apenas recuerdo el último abrazo recibido, demasiado tiempo ya.


Fue, supongo, para desearle suerte en algún suceso de relativa importancia. No eran esos los abrazos que ansiaba.


Los otros se perdieron, quizá, en ese rincón del olvido que todos tenemos, del que escapan momentos que deberían permanecer en él por siempre, y donde acaban vivencias que no deberían hacerlo.


Viaje con mi imaginación, todavía infatigable compañera. Suele ser deprovecho escapar junto a ella de la realidad para quienes no se sienten bien en esta.


En ocasiones, voy en busca de la confianza, preciada y preciosa amiga perdida no sabe muy bien cuándo, no sabe muy bien dónde, ignoro por qué.


Son escasas las veces en las que la encuentro, pero cuando lo hago el instante se convierte en algo tan bello y especial como la magia que desprende una pequeña gota de rocío al reflejar los rayos de un sol naciente en un bonito día, como va ser el de mañana.


Imaginar este momento me maravilla, y tras secar las pequeñas gotas de rocío nacidas junto a mis ojos, los abrí.


Ya ha oscurecido.


Por la ventana se cuela un viento fresquito, pero no la cierro.


Más allá del horizonte, una esfera grande y rojiza que se alzaba lentamente en el cielo me deja hipnotizado, como si simplemente verla fuese ya una terapia.


Solía preguntarme el por qué de tal hecho. La respuesta, tan fácil y simple como cierta es que, a pesar de las oscuras historias contadas sobre ella, la luna ha sido, y es, mi única y puede mejor compañía en tantas y tantas noches de soledad.


Sucede que, de vez en cuando, sentí la necesidad de plasmar sensaciones en forma de expresiones, de historias, de palabras con las que transmitir algo, por ínfimo o irrelevante que pueda parecerles a ustedes.


Lo cierto es que empezar a escribir esta noche, es un punto de inflexión en mi vida, como un solsticio que marca el fin e inicio de dos períodos.


Una montaña de sentimientos fue desmoronándose poco a poco, convirtiéndose en infinidad de letras plasmadas en papel; un fuego crepitante se fue apagando, lentamente, pasando del frío de esta noche que intentaba apaciguar a la tímida calidez de los primeros rayos de sol en el amanecer que llegara como cada mañana a mí habitación.


Con el tiempo, hileras de penas que hacen cola para entrar en mi corazón quedan atrapadas entre títulos, imágenes y puntos finales.


Las noches envela, antaño llenas de sufrimiento, sirven para viajar a lugares de fantasía, donde el viento transporta lamentos perdidos y se los lleva, lejos, mar adentro, allá donde no saben volver y no volveran.


Yo sí volvi, a la realidad.


La luz de luna alumbra la pequeña balanza posada sobre la mesa. No es esta una balanza cualquiera. La utilizo para sopesar el tiempo.


El tiempo perdido, el tiempo pasado, el tiempo vivido.


Para ello, coloco en uno de los platos unas piedras robadas de las profundidades de una mina excavada a conciencia en lo alto de Santa Cruz de La Palma, para llegar lo más hondo posible, y sacar de allí preciados tesoros.


En el otro, apilo segundos, minutos, horas... puede que días, semanas... incluso meses, o años, con los que equilibrar ese injusto símbolo de justicia. Pues casi siempre pesa más el tiempo perdido, con mis heridas abiertas, que cualquier valiosa posesión carente de sentimientos.


Suenan las doce de la noche en el reloj de mi vecinos de arriba .


Me gustaba esta hora. De pequeño, mi abuela me contaba que, a medianoche, era cuando los duendes salían de sus escondrijos, y se colaban en las casas.


Decía que cada uno de esos seres era nacido de un alma de niño que se había perdido en el camino al mundo de los sueños, y por ello su fama de juguetones, saltarines y risueños.


Añoro sus cuentos y mucho.


Con estos y otros muchos recuerdos, encendí ell ordenador esta noche , y me deje llevar, sin necesidad de nada más.


Letra a letra, palabra a palabra, surgen las frases con las que formar una nueva historia. Y esta, por qué no, de un mundo imaginario, de espadas con las que luchar, de muros que derribar.


Y, tras ella, tantas otras, de sensaciones, de ilusiones, de ensueños que escribir, de escritos que leer, de relatos que contar, noche tras noche y con esta ya son ciento siete ya este año.


Al despertar será otro feliz día de otoño y tú y yo lo veremos.


Y es que algunas personas , estan hechas del mismo material que los sueños.


Buenas noches bichitos *

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