La Música de Sergio

miércoles, 19 de mayo de 2010

Por donde queda...*



Estaba a punto de salir de casa de mi mejor amigo de una fabulosa cena. Después de varias horas de cuidadosa observación, me encontraba consultando aquellos platos que no se ni como los realizo cuando, casi por casualidad, me llamó la atención una pequeñísima urna sobre un soporte de piedra en una de las esquinas de la sala de su casa .

Me acerqué intrigado, preguntándome qué podía encontrar en un espacio tan reducido como aquel, y entonces vi su contenido: una hoja seca.

En una esquina de la urna, una etiqueta leía: "Hoja de roble, encontrada a más de 5 kilómetros del robledal más cercano, posiblemente debajo de mesa mota en la Ciudad de la laguna, Santa Cruz de Tenerife.

Un pequeño cordón colgaba del soporte de la urna. En su extremo, encontré un folleto que parecía contar la historia de la procedencia de aquella hoja. Sin salir de mi extrañeza, la leí de principio a fin.

Esta es la historia de lima, una pequeña hoja de un viejo roble.

Lima era de las más jóvenes de la nueva generación primaveral de hojas del roble. Y también una de las más alegres. Su risa y su canción eran harto conocidas en los alrededores.

Claro que era vulnerable también a aquello que asustaba a todas las demás: el Gran Viaje. Hablar de ello siempre infundía respeto, incluso para alguien como Lima. Pero eso era algo que se veía muy lejano en el tiempo, y no le asustaba.

-Hay que reír la vida que tenemos, cantarla, bailarla -solía decir a sus compañeras.

Esa era su vida, una en la que no cabían preocupaciones por nada que no estuviera estrictamente relacionado con la diversión.

Un día, a principios de verano, cuando el viento estaba calmo y la floresta especialmente silenciosa, pudo escuchar los comentarios de las hojas de una encina que había no muy lejos de ellas.

-A mí me parece que cada nueva generación de hojas del roble es más rebelde que la anterior -estaba diciendo una de ellas.

-Desde luego, en otros tiempos hemos tenido compañeras mejores -le respondió otra voz.

Escuchar aquella conversación creó un pequeño nudo de nerviosismo en su garganta. "¿Esta generación?" "¿En otros tiempos?" ¿Es que acaso esas hojas estaban ahí desde siempre?

No tardaría mucho en averiguarlo porque, al día siguiente, sin perder tiempo, preguntó a Menta, la hoja más grande y tempranera del roble, acerca de lo que había oído.

-Dime, ¿acaso las hojas de la encina no nacen cuando nosotras, para que hablen de esa forma?

-No, de hecho -le respondió-. Se dice que ellas están ahí desde siempre y viven por siempre.

-¿Y por qué tiene que existir tal injusticia? -preguntó Lima indignada- ¿Acaso merecen por alguna razón más que nosotras?

-No tiene que ser una injusticia, Lima, no lo veas así -fue la conciliadora respuesta-. Piensa en que, por ejemplo, ellas jamás podrán emprender el Gran Viaje.

-¿Ah no?

-Por supuesto que no. A ellas no les está concedido ese privilegio.

Esta conversación tuvo la virtud de calmar los ánimos de una exaltada Lima. Por un tiempo se olvidó de las hojas de la encina y se concentró en su máxima de disfrutar de la vida. Así fue, al menos, durante muchos felices días.

Sin embargo, se llevó un tremendo susto la primera vez que recibió el excremento de un pájaro sobre su piel. Agravado por las risas de sus compañeras, por supuesto.

-¿Acaso tenemos que tolerar esto? -gritó enfadada.

-Para eso estamos, Lima, y para eso estás tú también.

-¿Que para eso estoy? ¿Y cómo se supone que debo limpiarme?

-Tendrás que esperar a la próxima lluvia.

Esperó.

Y por fin, después de muchos días, llovió.

Lima se limpió, pero no le gustó en absoluto la sensación de estar empapada.

Los días continuaron pasando y el verano ya casi terminaba mientras Lima se adaptaba a su vida.

Una mañana le despertó el ruido de la madera crujiendo.

Pronto, gracias a las indicaciones de sus compañeras, pudo comprobar la fuente de aquel ruido: estaban talando el roble más próximo al suyo.

Posiblemente aquel fue el único momento de su vida en el que se quedó sin palabras. Aquella horrible imagen no se borraría jamás de su mente.

-¿Quién hace eso, Menta? -preguntó con un hilo de voz.

-Los humanos, pequeña, los humanos.

-¿Y también tienen derecho a hacerlo?

-Ni mucho menos. No tienen en absoluto derecho a hacer eso.

-Y cuando se corta a un roble... ¿sus hojas mueren? -preguntó Lima, temiendo la respuesta.

-Sí, pequeña, aunque tardan un tiempo, pero mueren pronto.

-¿No emprenden el Gran Viaje?

-Desgraciadamente no, Lima.

Lima se quedó pensativa durante unos minutos. Por fin, se atrevió a preguntar:

-¿Talarán nuestro árbol?

-Sinceramente, no lo sé.

No lo talaron, y aunque todas ellas vivieron aquellos días en tensión ante el miedo a morir sin emprender el Gran Viaje, el otoño comenzó y siguieron vivas.

-¡Socorro!¡Ayuda! -se despertó gritando un día Lima- ¡He perdido mi color!¡Estoy manchada! Algo me ha sucedido.

-Te ha sucedido lo que nos había sucedido ya a todas nosotras -le respondieron-. Si te hubieras fijado antes, te habrías dado cuenta de que ya todas teníamos ese color menos tú. Eras la única que faltaba.

-¿Y qué significa este color? -preguntó ella algo más tranquila.

-Significa que ya está cerca el Gran Viaje, pequeña -intervino Menta.

Un silencio reverencial se hizo entre todas las hojas del viejo roble.

-¿Ya? -preguntó Lima luego de un rato, y la pena se notaba repentinamente en su voz-. Pero si mi vida ha sido muy corta.

-Cierto, Lima. Pero así ha de ser. El Gran Viaje lo compensará todo con creces, no lo dudes.

-¿Y es el Gran Viaje igual para todas, Menta? -preguntó ella.

-Pues no, no lo es -fue la respuesta-. Se dice que aquellas que han merecido más durante su vida emprenderán el Gran Viaje en un día de fuerte viento, mientras que otras lo harán con calma, o incluso con lluvia, y en ese caso, su viaje será más corto.

El corazón de Lima latía estos días con más fuerza que nunca, expectante ante aquello que esperaban todas.

Una mañana amaneció con mucho viento. El día era fresco, y el viento mecía continuamente el árbol, bamboleando a todas las hojas.

Fue entonces cuando la mayoría se dieron cuenta de que Menta se desprendía del árbol e iniciaba su Gran Viaje impulsada por el viento muy lejos.

-¡Adiós, pequeñas, adiós! -gritaba la que había sido para todas ellas como una madre.

Todas la contemplaron embobadas, hasta que desapareció de su vista.

Aquel día ninguna de ellas dijo una sola palabra. Aunque sabían que Menta había recibido su justa recompensa, la congoja de su pérdida las atenazaba y, de repente solas, temían más que nunca el desenlace final de su existencia.

A la mañana siguiente también soplaba el viento, pero éste ahora era algo más débil. Ese día partieron la mayoría de las hojas del roble. El anciano árbol se fue despoblando de forma que ya apenas le quedaban un centenar de hojas.

Al día siguiente la brisa era muy débil.

Todas las hojas que quedaban emprendieron el Gran Viaje. La mayoría cayeron al suelo directamente, y sólo algunas pudieron disfrutar de un viaje algo más largo.

Todas menos Lima.

Aún continuaba en el árbol. Era la última.

La tensión se apoderó de ella. ¿Acaso le estaba reservado el viaje más corto? ¿Sólo por protestar ante las injusticias iba a ser privada de su mayor recompensa?

Amaneció el día siguiente.

No se movía una brizna de aire.

Llovía.

Lima se echó a llorar. Era evidente que se le iba a privar del Gran Viaje. Deseó con todas sus fuerzas haber partido con Menta. Pero allí estaba, lista para caer directamente al suelo, empapada.

Y, sin embargo, no cayó.

Y al día siguiente también llovía, y continuó cuatro días seguidos lloviendo, pero Lima, ante su propio asombro, no cayó.

Al quinto día, el cielo amaneció despejado. Ya no había lluvia. Pero tampoco soplaba el viento.
Lima sentía que la hora estaba más cerca que nunca.

Al mediodía comenzó a soplar una brisa del oeste. Gradualmente fue aumentando su fuerza y en poco tiempo se convirtió en un fuerte viento. Al atardecer soplaba casi un huracán.

Fue esa tarde cuando Lima notó como se rompía su unión con el viejo roble. Enormemente excitada, miró a las hojas de la encina que tenía enfrente, y les dedicó su sonrisa más amplia.

Sintiendo que la emoción la embargaba, con lágrimas de agradecimiento en la cara, percibió la enorme fuerza del viento contra su cuerpo, y se preparó para el Gran Viaje, la casa de mi buen amigo, donde es su gran tesoro.

Por donde queda...

Buenas noches bichitos , hasta más ver o leer *

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