domingo, 27 de junio de 2010
Casi dos manos de pintura *
El se había quedado dormido. A ella le gustaba verlo así, desnudo y dormido después del sexo, y esta vez era la primera que podía hacerlo con la tranquilidad de estar en casa, de saber que el próximo día amanecería en el sitio que habían elegido compartir.
Aún olía a pintura.
No era el piso que ella hubiera soñado. Un piso antiguo, pequeño y sin ascensor, en una zona del centro de Santa cruz, con unos vecinos que nunca molestan y son buena gente.
Sin embargo, era “su” piso,el que le hacía feliz al llegar cada día a casa.
El seguía durmiendo.
Ella recorrió desnuda el pasillo hacia la cocina, regodeándose en una mezcla de sensaciones que se combinaban en ella por primera vez. Libre en mitad de la noche, impúdica y soñadora. Un libro abierto, una historia que genera sus primeras expectativas.
No había sido difícil ponerse de acuerdo, hasta ahora, con las cosas del piso. Las paredes, por ejemplo. Ella había propuesto no complicarse la vida y pintarlas de color blanco. Él había dicho que sí. Así de sencillo, todo.
Ella se sirvió un vaso de agua. El vaso era nuevo, recién comprado. La jarra también. Incluso la nevera.
Aún olía a pintura.
Dejó el vaso en el fregadero y salió de la cocina. Se detuvo frente a la pared del pasillo, hipnotizada por su blancura. Acercó a ella su nariz y aspiró.
El olor que flotaba por toda la casa pareció concentrarse dentro de su nariz.
Vio aquello en la pared. A su izquierda, a la altura de los ojos, muy cerca de la puerta del comedor, la superficie blanca transparentaba una línea oscura, no del todo recta.
Hizo un esfuerzo por definir los límites de aquella línea y calculó que debía medir cerca de quince centímetros. A lo largo. Y dos o tres centímetros de grueso.
Mientras pintaban, ya les había parecido ver algunos trazos parecidos en la pared. En la habitación pequeña, creía recordar. Y en el recibidor. Pero no le habían dado ninguna importancia.
No entendía qué hacía ahí, aún, una línea como esa. ¡Después de dos manos de pintura!
Entró en la habitación con el propósito de compartir con el su descubrimiento.
Pero el dormía. Ya tendrían tiempo, se dijo. Le dio un beso en la mejilla.
Él no se inmutó.
Y se abrazo a el a esperar un nuevo amanecer y una nueva vida.
Que descansen bichitos, esta semana ya se fue, llega una con muchas emociones por vivir y por contar, hasta más ver.
Sigo con mi Chandal puesto por si tengo que correr *
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